Caminar, sola o acompañada, a altas horas de la madrugada, hiciera frío, tronara o nevara, a eso me dedicaba.
Ni lo pensaba, lo que hacía era un acto tan subconsciente como muchos otros. Cuando creía que estaba dormida, por las calles andaba, fuera seis de enero a las seis de la mañana. Siempre me paraba en la misma puerta, de la misma casa, a aquella hora de la mañana; aun que no le encontréis un significado, realmente lo tenía.
Desde un 18 de Noviembre, en el que todo me cambió, esa era mi rutina. A veces, cuando llegaba a casa, estaba completamente congelada, los diez grados bajo cero en las noches de invierno helaban hasta el más profundo de mis huesos. Enfermé de tal manera que pensé que me quedaría en la cama, pero mi sufrimiento no venía por la muerte próxima que me veían, sino por la falta de tu sombra recostada en mi cama. Eso sí que me apenaba. Mi familia, la que se preocupaba, pensaban que allí me quedaría acostada, casi lloraban mi falta sin que esta llegará. Al límite, mi cuerpo no aguantaba y mi cabeza hacía tiempo que estaba agotada, pensaba irme, sin despedirme, dejando como últimos recuerdos aquellas imágenes que mi familia lloraba. Convencida estaba y nada me frenaba.
Tocaban la puerta, todos se preguntaban quién sería en tales circunstancias que se daban. Sin saber cómo, el invitado entró a mi cama y tan de pronto, que solo recuerdo que lloraba.
Lloraba como si un mar se desbordará, dejaba las sábanas de mi cama de sus lágrimas impregnadas, y el aroma de su cuerpo a alguien me recordaba. ¿Cómo iba a dejarme ir ahora que algo interesante pasaba?. Mi madre le abrazaba y yo, aun atontada, me preguntaba quién era este misterioso y espontáneo invitado que se había colocado en mi cama. Susurró mi nombre, diciéndome a voces que aguantará, que no podía perder a su enamorada. Solo esperaba esas palabras de la boca de una persona, pero esta había muerto en el incendio de aquella casa, aun que sin prueba alguna de que este fallecimiento fuera confirmado pues nunca se encontró su cuerpo.
Aun que pensaba quién me llamaría por "su enamorada" su voz sólo a mi marido me recordaba. Si al menos me abrazara, si a mi boca se acercara, sabría decir que era él la persona tan amada.
Ya no era yo, mi cuerpo me arrastraba, no aguantaba, yo luchaba en contra evitando que me llevará. Fue entonces su juego de palabras, ese que me soltó cuando me dijo que con él me casara: "Si contigo no es, con nadie más quiero, que ni es como tú, ni me llevan al cielo", imposible, o alguien nos investigaba o el amor de mi vida a mi lado de nuevo estaba. La razón por la que enfermé la tenía junto a mi, la razón por la que cada noche me presentaba en aquella casa quemada estaba a mi lado, ya no era razón para marchar, era razón para quedarme. Era una razón tardía, demás había esperado para irme y, ahora que lo hacía, volvía.
Por un momento pensé que la fantasía me llevaba y por eso con él estaba, que ya me había ido y que en su cielo me encontraba. Ahora parecía tener dos caminos: dejarme ir o volver, sin asegurarme que pasaría si volviera.
Algo me aseguraba que la fuerza en volver estaba, y como toda mujer, por su corazón guiada, abrí los ojos y me encontré tumbada, con sus lágrimas impregnadas aún en las sábanas de mi cama. Tomada la decisión estaba y no sólo eso, que acertada también era. Tan acertada como que él estaba al lado de mi cama y me lloraba tanto como yo le había llorado a él.
jueves, 23 de octubre de 2014
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