viernes, 6 de febrero de 2015

Le envié mensajeros
con gardenias, bombones
libros de poemas; telegramas
diciéndole: te quiero,
y todos los domingos, cuando se despertaba,
hice sonar su disco favorito.
Yo creí muy romántico ocultar mi remite,
y que el desinterés una fórmula fuera
de amar refinadísima 

–y quizá, dado el caso, la única posible–.
¡Qué pérdida de tiempo!
Alguien con él comparte
mis ramos, mis pasteles y mis rimas,
y no me extrañaría –puesto que son anónimos–
que encima se jactara de elegir mis envíos
pagarlos.
Ahora cada domingo,
me sé de sobra cuándo se despiertan
y no pongo la música.
Bajo a la portería, pulso el timbre
y no paro hasta que los interrumpo.

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